sábado, 27 de octubre de 2012

Sobre el "patriotismo"


Se ha venido diciendo en los círculos liberales que los comunistas somos anti-españoles, que queremos ''romper y hundir España''. Este argumento no es nuevo, lleva repitiéndose en todos los países industrializados desde hace dos siglos. La maquinaria mediática burguesa (controlada por la burguesía) asume que los revolucionarios somos ''anti-patriotas'', que deseamos lo peor para nuestros países.

Nada más alejado de la realidad. Si bien es cierto que los comunistas no tenemos el mismo concepto de ''patria'' que el resto de las fuerzas políticas, no somos en absoluto anti-patriotas. Al contrario: nuestra intención es construir una patria mejor, un país más libre, democrático e igualitario. Entendemos que ser patriota pasa por desear el bienestar de los integrantes de la nación española, sean catalanes, madrileños o de Albacete. No distinguimos, contrariamente a lo que hace la derecha, entre habitantes de una región u otra: todos tienen derecho a la vivienda, al trabajo y a la felicidad.

La patria es un invento. No existió siempre el concepto de patriotismo, esto cualquier historiador lo sabe. El patriotismo nace cuando la burguesía (la clase social propietaria de los medios de producción, financiación y comercialización) siente la necesidad de expandir sus dominios territoriales. Entonces, como apuntaba el marxista italiano Antonio Gramsci, se hace necesario un concepto que genere una identificación entre los opresores y los oprimidos. Así, los intereses de la burguesía serían los mismos que los de los trabajadores. El ejemplo más clamoroso es el de la defensa de los intereses de la multinacional energética Repsol por parte de gran parte de los españoles. 

El patriotismo también sirve para justificar invasiones imperialistas. ¿Cuantos millones de obreros han muerto luchando en guerras que sólo beneficiaron a ''los de arriba''? Bajo la idea de defensa de la patria, o de que un país sería superior a otro, la burguesía convence -vía medios de comunicación- a millones de trabajadores para que se embauquen en guerras que sólo traen muerte para el oprimido y beneficios para el opresor. Irak, la colonización o la Primera Guerra Mundial, serían muy buenos ejemplos de esto.

No es este el patriotismo que deseamos los ''malvados'' comunistas. Si bien no creemos en la patria, dado que somos internacionalistas, creemos que bajo una bandera se deben defender los intereses de los trabajadores, JAMÁS fomentar el odio hacia otra naciones o grupos étnicos. Reconocemos -qué duda cabe- el derecho a la autodeterminación de las naciones, siempre que la independencia sea en provecho del obrero y no del patrón.

domingo, 21 de octubre de 2012

Capitalismo y coacción ideológica. La escuela y la Iglesia.


La gran mayoría de la población da por hecho que vivimos en una democracia. Pocos ponen en duda el carácter soberanista del Estado español y menos aún se atreven a acusar a nuestro país de dictadura. Los medios ideológicos estatales (las escuelas, los medios) son, al parecer, imparciales y no responden a ningún interés concreto. Pero basta observar detenidamente la sociedad en la que vivimos para percatarnos de que esto no es cierto.


No es el propósito de este artículo demostrar que no vivimos en democracia, pero si es necesario que el lector lo asimile, así que haré una exposición lo más breve posible. 



En nuestro país la mitad de la riqueza está controlada por un pequeño sector de la población (el 10% más rico tiene el 51’9% de la riqueza), que además posee el timón de los medios y financia a los partidos políticos. Las crisis económicas, originadas por la insaciable búsqueda de beneficios de los poderes económicos, son pagadas por los trabajadores. A estos se les convence periódicamente de la necesidad de invadir tal o tal otro país casualmente repleto de recursos energéticos. Se les asusta y adoctrina con falacias para que acepten medidas que van claramente en contra de sus intereses. A todo aquel que se resiste a la dominación de los poderes económicos se le reprime sin miramientos. A quien denuncia esta situación –sin duda antidemocrática– se le tacha de loco o de radical.



Por tanto, si damos por hecho que no vivimos en democracia, suponemos que existe una clase dominante (que detenta el poder económico, mediático y político) y una clase dominada (que no detenta ningún poder). Para que la clase dominante mantenga su status necesitará de ciertos mecanismos de coacción, es decir aparatos que le permitan reprimir los intentos de la clase dominada por tomar el poder.



Con este artículo pretendo analizar de forma breve y entendible la coacción ideológica en el sistema capitalista. Me centraré en dos aparatos ideológicos precisos: la escuela y la Iglesia. Confío en que se asimile fácilmente lo que a continuación expongo.



Ruego asimismo al lector que deje a un lado todos los dogmas que lleva asimilando desde el día en que nació. De otro modo será imposible que me tome en serio.



He creído conveniente no concluir este breve análisis, pues forma parte de un conjunto (la coacción ideológica en el sistema capitalista) y por tanto no podemos sacar ninguna lectura definitiva. El lector siempre puede echar mano de las obras que cito si desea sacar conclusiones al respecto del tema que nos atañe.





¿Qué es la lucha de clases?
La sociedad capitalista puede fragmentarse en muchos sectores: hombres y mujeres, solteros y casados, adultos y jóvenes, trabajadores y desempleados, negros y blancos… Pero estas divisiones de poco nos sirven para tratar el tema que nos atañe: cómo somete la clase dominante a los oprimidos mediante la difusión de ideas.



Para responder a nuestra problemática es mucho más útil y lógico dividir la sociedad capitalista en dos clases, como hizo Marx en su momento: trabajadores y capitalistas. El capitalista es aquel que posee medios de producción (como una fábrica), medios de financiación (como un banco), medios de distribución (como un supermercado) y/o medios de ideologización (como un canal de televisión o un periódico). La posesión de estos medios le permite acumular capital (apropiándose de una parte del salario del trabajador o mediante el negocio del crédito), lo cual le hace cada vez más rico. Los trabajadores por su parte no poseen medios de producción, y por tanto no tienen fuentes de riqueza. No les queda otra que trabajar para los capitalistas vendiendo su fuerza de trabajo a cambio de un salario que les permita sobrevivir.



Estas dos clases están enfrentadas, del mismo modo que antaño estuvieron enfrentados siervos y señores feudales o esclavos y patricios. Primero, porque la clase capitalista (la clase dominante, la que detenta el poder) oprime constantemente a la clase trabajadora, por ejemplo haciéndola pagar las crisis propias al sistema capitalista o reprimiéndola usando la fuerza del Estado. Segundo, porque sus intereses están enfrentados: una subida de salarios, que beneficiaría, lógicamente, a los trabajadores, significa el deterioro de los beneficios del capitalista. Tercero, porque lo que beneficia al capitalismo a menudo es perjudicial para el trabajador. Para este último apartado hay varios ejemplos. A la industria farmacéutica le interesa más vender medicinas que encontrar la cura a enfermedades, a la industria armamentistica le interesa más que haya guerras a que exista un mundo en paz etc. Existe pues un antagonismo entre los intereses de los trabajadores y los de los capitalistas: es lo que llamamos la lucha de clases.



Dado que existe una pugna entre burgueses y trabajadores, es lógico que, para mantenerse en el poder, la burguesía utilice ciertos medios de coacción. Tal situación de sometimiento no se poría dar sin estos. Para esta tarea la clase dominante posee una compleja maquinaria represiva tanto fisica como ideológica. 



Esta se divide en dos: por un lado están los aparatos ideológicos del Estado (encargados de la coacción ideológica) y por otro las fuerzas represoras (encargadas de la coacción física). 



La coacción ideológica
Napoleón Bonaparte dijo que se podía conseguir todo con las bayonetas, excepto sentarse sobre ellas. En otras palabras: no se puede ejercer el poder únicamente mediante la autoridad de las armas. Esto provocaría una situación de guerra permanente que no permitiría el desarrollo de ningún sistema económico, menos aún del capitalismo. Por eso la burguesía requiere de la coacción ideológica para mantenerse en su trono.



Por coacción ideológica entendemos todo instrumento que sirva para que el oprimido acepte su condición y no se rebele contra quien le oprime. En otras palabras: todos los mecanismos ideológicos que permitan reproducir una situación de dominación. El filósofo francés Louis Althusser definió en un ensayo de 1969 hasta siete aparatos ideológicos destinados a reproducir la dominación burguesa:



• La Iglesia
• La escuela
• La familia
• Lo jurídico
• Lo político
• Los medios de comunicación informativos
• La cultura (letras, cine, deportes)



No siempre existieron tantos aparatos ideológicos estatales. Durante el feudalismo, por ejemplo, existían tan sólo tres medios de coacción ideológica: la Iglesia, la cultura y la familia. Lo que si que parece evidente es que, como anuncian los marxistas, en toda sociedad de clase la ideología dominante es la ideología de la clase dominante. Ello se debe principalmente a que ‘’los productores de ideologías se encuentran en situación de dependencia material con respecto a los propietarios del sobreproducto social’’ (Ernest Mandel).



Debido al formato que se me ha impuesto, sólo podré analizar dos de los aparatos ideológicos propios al capitalismo: la escuela y la Iglesia. Ambos están, de un modo u otro, presentes en nuestra cultura.



La escuela
En la escuela se nos enseñan una serie de habilidades que debemos asimilar antes de ser utilizados como fuerza de trabajo. Hay una educación para los obreros, otra para los cuadros e intelectuales, otra para los ingenieros etc. Los que se quedan a mitad de camino pasan a ocupar puestos precarios (basureros, cajeros, camareros). Pero también nos adoctrinan en una moral determinado y se nos imponen ciertas pautas de comportamiento que no tienen otro fin que la sumisión ante la clase dominante. Asimismo somos instruídos en principios tales como la competitividad, el individualismo o el liberalismo. Se imponen el lenguaje y las formas de ser de las clases más adineradas y se discrimina todo pensamiento crítico o escéptico. Según Althusser:



la reproducción de la fuerza de trabajo no sólo exige una reproducción de su calificación sino, al mismo tiempo, la reproducción de su sumisión a las reglas del orden establecido, es decir una reproducción de su sumisión a la ideología dominante por parte de los agentes de la explotación y la represión



Dicho de otro modo: el Estado burgués no necesita únicamente que los trabajadores aprendan las habilidades necesarias para servir al sistema (su calificación), sino que también requiere que estos acepten su sumisión al orden capitalista. 



El prestigioso sociólogo francés Pierre Bourdieu también considera que la función del sistema educativo es reproducir la situación de dominación social. Esto se debe a que la escuela trata a los alumnos como si fuesen exactamente iguales sin tener en cuenta sus orígenes socioeconómicos (que determinan su cultura y conocimientos). 



El sistema educativo capitalista tiene en cuenta lo que Bourdieu denomina capital cultural del alumno, es decir el conjunto de conocimientos que le enseñan en casa y los bienes culturales con los que cuenta (libros, películas…). Así, lo que el jóven se encuentra en la escuela (la cultura y las pautas consideradas "legítimas") puede coincidir con lo que le han enseñado en casa, cosa que ocurre entre las clases medias y altas, que suelen ser las mejor calificadas. Pero también puede dar pie a una impresión de extrañeza que genera una actitud de rechazo, de relación artificial con lo impartido en la escuela (dado que el niño entiende por natural lo que le han enseñado en casa), y que acaba repercutiendo en el fracaso escolar. De esta forma el hijo de padres ricos termina su escolaridad con relativa comodidad mientras el hijo de padres pobres no consigue adaptarse a las enseñanzas académicas. Es así como se perpetúa la dominación de ‘’los de arriba’’ sobre ‘’los de abajo’’.



La Iglesia
La religión –católica o no– enseña a los explotados a aceptar su destino. Nos convence de que la pobreza es una virtud mientras vemos a los de arriba vivir entre lujos. Habla de austeridad mientras apoya a sistemas económicos que tienen como máxima la desigualdad en la repartición de la riqueza. 



La Iglesia católica fue durante la Edad Media el aparato ideológico por excelencia. Se ocupaba del arte, la educación y el adoctrinamiento religioso. Extendía la idea de que el rey era el representante de Dios (y por tanto un ser inviolable) e insistía en que los pobres debían aceptar su condición y esperar a la recompensa celestial. Pero llegar al paraíso no era gratis: el oprimido debía comportarse correctamente, lo que en una lógica de dominio significa someterse al poder. Lo mismo hacían los clerigos de la Antigua Egipto y los líderes espirituales musulmanes. 



No es de extrañar que las revoluciones burguesas (o liberales) diesen pie a una brutal represión contra la Iglesia, pues esta expandía principios (como la austeridad, la idea del bien común o el altruismo) que no contribuían en absoluto a la implantación del capitalismo. Los curas y obispos debieron adaptarse al nuevo orden económico para conservar sus privilegios.



Hoy en día la religión no parece tener cabida en los régimenes capitalistas. Estos están impregnados en un aura de consumismo frenético, de libertad y tolerancia extrema que van radicalmente en contra del catolicismo o del islamismo. Es lo que llamamos posmodernismo. La mujer ya no quiere ser dominada, quiere ser libre y autónoma. El trabajador no quiere ser austero: quiere disfrutar de su vida, sueña con ganar la lotería para gastarlo todo en absurdos lujos. Y aún con todo, el 80% de los españoles se define hoy en día como católico. Si bien podemos suponer que muchos confunden catolicismo con agnosticismo, no cabe duda de que la Iglesia aún tiene cierto poder ideológico en nuestro país. 



¿Cuál es el mensaje que expande hoy en día la Iglesia? Además de posicionarse a favor de la derecha (y por tanto, obviamente, en contra de los intereses de la mayoría social), el catolicismo del siglo XXI insiste en la posibilidad de solucionar gran parte de los problemas con rezos. ¿No tienes trabajo y tu familia pasa hambre? ¡No pasa nada, siempre puedes rezar! Lo que sea con tal de que el oprimido no se de cuenta del origen de sus males y se rebele contra quien le explota. También es común que la Iglesia tienda a dividir a la clase trabajadora en odios absurdos: la homofobia, el machismo o el racismo siguen siendo hoy sus pilares.

Autor: @UlianovVladimir

domingo, 14 de octubre de 2012

¿Para que sirve una cacerolada?



Ante la pregunta que da título a esta breve reflexión la izquierda se debatirá entre dos respuestas distintas, leáse opuestas. Los llamados pacifistas, partidarios de los métodos antibelicistas y admiradores de Ghandi, dirán que las caceroladas son una buena respuesta contra los desmanes del gobierno de turno. Los marxistas y los anarquistas argumentarán, al contrario, que una cacerolada no sirve más que para perder el tiempo y amansar a las masas. Estudiemos ambas posturas.

¿Cual es nuestro objetivo?
La izquierda transformadora -en la cual se incluyen comunistas y ''militantes'' del 15M- tiene (o debería tener) por objetivo reemplazar el sistema capitalista de producción por una sociedad solidaria y pacífica en la cual se produzca en función de los intereses de la mayoría. 

En el capitalismo se produce no para paliar las necesidades de la población sino en función del beneficio que pueda aportar la producción a la burguesía (o clase capitalista). Esto explica que existan millones de personas sin acceso a la vivienda cuando hay millones de casas vacías, o que mueran cada día 25.000 personas por desnutrición cuando se produce alimento suficiente ''para alimentar a 13.000 millones de individuos'' (según UNICEF).

En esto tanto comunistas como ''pacifistas'' están seguramente de acuerdo: vivimos en un mundo infame que debe ser cambiado urgentemente.

La burguesía y el Estado
La burguesía es la clase que posee los medios de producción (como una fábrica), de financiación (como un banco) y de comercialización (como un supermercado). Decide, basándose en criterios de beneficio y competencia, cómo, el qué y para quién se produce.

Esta situación tan perjudicial para los trabajadores debería despertar los anhelos revolucionarios de la mayoría de la población. ¿Porqué no es así? 

Para mantener su status, la burguesía necesita de ciertos mecanismos de coacción, es decir aparatos que le permitan reprimir los intentos de la clase dominada por tomar el poder. Estos aparatos conforman lo que conocemos como 'Estado'.

La maquinaria estatal se divide en: aparatos de coacción ideológica (destinados a la prevención de la revuelta) y aparatos de coacción física (destinados a la represión de la revuelta). Por ejemplo, la escuela o los medios de información son aparatos de coacción ideológica y la policía o el ejército son aparatos de coacción física. Existen millones de ejemplos de represión tanto física como ideológica que se han dado desde la implantación del capitalismo (¡se calcula que tan sólo en Europa en el siglo XX fueron asesinados más de 90 millones de revolucionarios y sindicalistas!).

¿Qué conlleva luchar por la democracia?
Ya hemos expuesto que nuestro objetivo (tanto de quienes apoyan las caceroladas como de quienes las repudiamos) es cambiar el sistema capitalista, que consideramos injusto e infame, por algo más provechoso para la mayoría.

Pero, ¿qué ocurre cuando el pueblo lucha por la implantación de la democracia? Suele encontrarse con los aparatos de coacción física que hemos mencionado anteriormente. La policía y el ejército capitalistas siempre (o casi siempre) se han posicionado en el mismo bando.

No se han visto apenas ejemplos de policías que hayan detenido a los banqueros que evaden miles de millones de euros a paraísos fiscales, violando la ley. Tampoco solemos ver a antidisturbios persiguiendo a empresarios que hacen trabajar 14 horas al día a jóvenes y niños tercermundistas. Ni a fábricantes de armas que se lucran con la muerte de millones de personas ocupando celdas. Yo personalmente no conozco ningún caso en los últimos 50 años.

En cambio todos sabemos de huelguistas asesinados o reprimidos por la policía, o de familias enteras desahuciadas de sus casas porque ya no pueden permitirse pagarlas. Existen millones de imágenes de manifestaciones obreras siendo brutalmente ‘’dispersadas’’ por los cuerpos ‘’de seguridad’’ del Estado, que dicen proteger el orden público. Jamás veremos al ejército luchando por que se cumplan leyes constitucionales como el Derecho a la vivienda, a la igualdad ante la ley o al trabajo. ¡Y eso que su tarea consiste en ‘’defender la Constitución’’! 

A estos argumentos el liberal o el socialdemócrata nos dirá que las fuerzas represoras se limitan a hacer respetar la ley, a lo que cualquier persona consciente debe responder que entonces la ley no es en absoluto imparcial. Al contrario, está al servicio de la clase capitalista y sirve para hacer efectivo el dominio de esta. 

¿Es necesario el uso de la violencia para transformar la sociedad?
La respuesta es un sí rotundo. Pero como el objetivo del artículo es divulgar un razonamiento coherente, explicaré más detalladamente mi veredicto.

Ya hemos visto que el Estado, claramente al servicio de la burguesía, no duda en echar mano de la violencia para reprimir a los trabajadores que anhelan democracia. Cualquier que haya acudido a una manifestación lo sabe de sobra. 

Nuestros antepasados, mucho más decididos a la lucha contra el capitalismo, se encontraron no con porras, sino con bayonetas. Esto se debe no a que vivieran una época más autoritaria (que también), sino a que el Estado burgués reacciona de manera proporcional al nivel de resistencia que oponga la clase trabajadora. Es decir; contra unos cuantos miles de manifestantes pacíficos y desarmados bastan las porras, pero contra una multitud de obreros adiestrados militarmente son necesarios métodos más contundentes.

No podemos esperar que la burguesía se rinda, nos ceda el poder y encima no luche por recuperarlo. Y, si triunfamos en nuestro país, teniendo al ejército y a los cuerpos policiales de nuestro lado, nos toparemos con los ataques de potencias capitalistas. Así, la Rusia bolchevique fue atacada en 1918 por hasta 13 países capitalistas. La Francia burguesa del siglo XIX también fue duramente atacada por las monarquías feudales de su entorno. En palabras de Alan Woods:

''Cuando la clase dominante ya no pueda controlar a la clase obrera con métodos "normales" [ideológicos], no dudará en recurrir al ejército. Para ser más correctos, INTENTARÁN moverse en dirección hacia una dictadura militar. La manera de hacerlo sería con un movimiento hacia el bonapartismo parlamentario, como los regímenes de Von Papen y Schleicher en Alemania antes de Hitler.''

Los revolucionarios somos partidarios de una transformación pacífica de la sociedad. Los escritos de Marx o Lenin así lo demuestran. Pero también somos conscientes de que la clase dominante (la que detenta el poder) opondrá resistencia a la democracia ''real''. Por tanto debemos estar siempre listos para usar las armas sin miramientos, siempre y cuando sea necesario.

Me permitiré citar al diputado por Izquierda Unida Alberto Garzón, poco sospechoso de radical u ortodoxo:

''Rebelarse nunca ha sido gratis, y la reacción de quienes ven amenazados sus privilegios de explotadores no tiende a ser nada agradable para con los rebeldes''

La revolución pudo ser pacífica hace un siglo en lugares como Inglaterra, donde el aparato represivo del Estado era más debil y los sindicatos tenían un inmenso poder. Incluso los ingleses podrían haber implantado la democracia económica por vías parlamentarias. Pero ya es tarde para eso: el capitalismo de hoy en día está armado hasta los dientes y cuenta con aparatos ideológicos muy efectivos (la televisión, por ejemplo).

El caso de Venezuela no debe ser idealizado. Si Chávez se recuperó del golpe de Estado que orquestó la burguesía (española, venezolana y estadounidense) contra su gobierno en 2002, es en parte por la confianza que el ejército tiene en él. En palabras suyas: ''nuestra revolución es pacífica, pero armada''. No podía ser de otro modo. Veremos qué ocurre cuando el socialismo sea implantado en Venezuela.

¿Para qué sirve una cacerolada?
Una vez que hemos comprendido que el único método para tomar el poder e impartir justicia social es la revolución armada, podemos responder a nuestra pregunta.

¿En qué le afecta al banquero, al rico empresario o al político al servicio de la burguesía que unos cuantos oprimidos se junten para mostrar su descontento mediante un ruido acompasado? En nada. De hecho, quienes detentan el poder seguramente ni siquiera sepan lo que es una cacerolada. No fueron las caceroladas de 1971 las que tumbaron al gobierno de Allende, sino un golpe militar.

Estoy de acuerdo en admitir métodos pacificos para agrupar a las masas o protestar. No seré yo quien niegue la efectividad de las manifestaciones, las ocupaciones de plazas o las huelgas generales. Pero estas acciones, que bien pueden debilitar al capitalismo, no lo destruirán. 

El capitalista puede resistir 100 millones de manifestaciones, caceroladas o concentraciones sin inmutarse. Más aún: utilizará sus medios de comunicación para satanizar estos movimientos.

Si realmente deseamos sustituir el injusto e infame sistema capitalista (con sus guerras, sus muertos de hambre, sus millones de parados y su sociedad individualista y superficial) por un mundo democrático debemos utilizar todo tipo de métodos, pero algún día habrá que coger las armas. Esto viene impuesto por la clase dominante, no es un deseo de los revolucionarios.

 Autor: @UlianovVladimir

domingo, 7 de octubre de 2012

Imagina vivir en una dictadura




Tengo la suerte de no haber vivido jamás en una dictadura. Mis abuelos y mis padres siempre me lo recuerdan. Por eso cada vez que los indignados hablan de ''democracia real'', los miembros más mayores de mi familia se indignan. Yo les entiendo. Dicen que que si supiesen lo que es vivir una dictadura, los indignados no dirían esas cosas. Por eso, para explicarles a todos aquellos desubicados que creen vivir en una dictadura lo que es realmente vivir en una, he decidido escribir este artículo. Espero que ayude a la reflexión y al debate.


Hagamos un ejercicio de imaginación.

Imaginemos que vivimos en un país en el cual un pequeño porcentaje de la población acumula casi toda la riqueza. Sin duda lo utilizaría para imponer su voluntad. ¡Esto sería tan antidemocrático!

Los medios de comunicación parecerían libres y objetivos, pero en realidad estarían controlados por este pequeño grupo. Repetirían incansablemente las mismas mentiras. ¡Y muchos las creerían! ¿Os dais cuenta de lo horrible que podría ser? 

La televisión y el cine serían utilizados como armas de propaganda. Los periódicos asustarían a la población para que esta aceptase políticas que van en su contra. Nos llevarían a apoyar guerras injustas que sólo beneficiarían a los poderes económicos a costa de las vidas de millones de inocentes.

El gobierno, que sería un títere de los más ricos, le bajaría los impuestos a sus amos y les rescataría cuando cometen imprudencias. Imaginad, aunque sé que esto es difícil de contemplar, que estas imprudencias fuesen pagadas.. ¡por el pueblo! ¿Quién querría vivir en un mundo así?

Los dictadores podrían olvidar las necesidades de las personas. Podrían centrar la economía en su propio beneficio y no en las demandas sociales. Esto conduciría a un mundo absurdo e injusto. Imaginad que vivís en un país en el cual, por ejemplo, hay millones de casas vacías mientras millones de personas no tienen acceso a la vivienda. Sé que suena a novela distópica, pero podría ocurrir.

El gobierno podría espiarnos, torturarnos y encarcelarnos. Reprimirían a quienes piden democracia, ¡y condecorarían a los represores! ¡El país estaría repleto de cunetas con inocentes que no podríamos desenterrar! Sólo de imaginarlo me estremezco.

Habría elecciones, pero los medios se encargarían de que siempre ganasen los mismos. Los candidatos podrían prometer al pueblo mejoras en su nivel de vida para luego incumplirlas todas y ponerse al servicio de los poderes económicos. Si ganase las elecciones un partido decidido a implantar la democracia el ejército se encargaría de impedirlo. ¡Y, para colmo, los medios lo llamarían ''la fiesta de la democracia''! 

Las leyes y los jueces estarían al servicio de los más ricos. Los corruptos camparían a sus anchas. Y por si esto fuera poco, tendríamos a un jefe de Estado heredero del fascismo que viviría entre lujos. No sería votado y se tiraría todo el día cazando o de viaje. Los medios le enaltecerían como a un Dios.

En fin, hasta aquí llega nuestro ejercicio de imaginación. 

Sé que para alguien que no haya vivido jamás en una dictadura esto puede sonar a ciencia ficción. Sea como sea, demos las gracias por vivir en un país democrático y justo.

@UlianovVladimir